La Tierra Prometida




Era la época de vacaciones y jugamos en la casa de un primo. Se había vuelto tradición ir a pasar el descanso y jugar como desquiciados.  El colegio era capaz de robarle a cualquiera las horas doradas de la existencia y como acto de reivindicación autentico, se tenía que recobrar el tiempo perdido.  Era una verdadera mezcla de sentimientos: el amor al descanso y el temor a perderlo por la necedad de los tatas, de andarlo metiendo a uno a sufrir en cursos de vacaciones.

Recuerdo la casa, era grande, de esas del centro que tienen suficiente patio para que a cualquiera con dos neuronas y suficiente tiempo le volara la imaginación. Para nuestras madres éramos unos santos o al menos eso creo, pero nos alcanzaba la soledad y el tamaño del patio para hacer las diabluras dignas de la edad.  Todos los tiempos de comida y estar desobligados garantizaba contar con la libertad para hacer de todo un poco…era bueno ser nosotros. Aunque nuestros padres se encargaban de decirnos que la cosa estaba jodida y que nos midiéramos con nuestros gustos cada que podían, nunca lograban amargar el momento.

En medio de la tarde llegó un señor a cortar la grama. En esa casa había un sitio grande y suficientes jardineras para que el hombre entrado en años, se entretuviera de lo lindo. Ahora que lo pienso, solo la necesidad lo podía hacer aceptar el trato de cortar y embellecer el maltrecho jardín, por uno cuantos quetzales de la época.

Como diría mi abuelo, los niños a su niñez y los adultos a su adulterio. El jardinero a lo suyo y nosotros volvimos a jugar.  Ya no recuerdo que tanto hacíamos, además de estorbo seguramente al trabajador, pero la tarde se pasó de rayo. ¡Maldición!, las cosas buenas siempre terminan pronto.  De algún lugar salió mi tía con unas viandas, donde venia la refacción de nosotros y del señor, que vaya si había sudado la tarea. Con rapidez y desparpajo tomamos nuestros vasos con leche chocolatada, que para los que han olvidado es el elixir de los dioses, la cual nos disponíamos a degustar con unas galletitas.  El señor, no se había percatado que había un vaso con atol especialmente hecho para él. Mi tía llamó su atención y le señaló el vaso acompañado de un sándwich.  De la boca del señor salió un sonido gutural de sorpresa, se quitó el sombrero, tomó ambos alimentos, se arrodilló, levantó su mirada el cielo y dijo convencido:  ¡Gracias Dios Mío porque me diste de comer hoy! ¡Nunca me abandonas!  Que Dios le de más señora y sin decir otra cosa, se sentó en una jardinera a comer. Recuerdo que no terminó todo, y guardó un pedazo en un morral y nos dijo: Para mi mujer, que no sé si ya comió.

Con lo años, esa estampa en movimiento ha dado vueltas en mi cabeza y viene de cuando en cuando, pero ha ido tomando otros significados.  Me ha tocado ver el hambre, enfermedades y la falta de acceso a todos los servicios básicos en el área rural, donde parece que el tiempo se detuvo y con el, se quedaron estancadas las miserias que aquejan a miles de personas.  La desigualdad hizo campamento y no se va a ir fácilmente. Quizá nos falten unos 40 años, para empezar a notar cambios. En ocasiones, temo que a mí generación, no le va a tocar recoger los frutos de tanto trabajo que se ha hecho para reconstruir el tejido social y económico del país. Lo que había plantado la generación anterior a la nuestra, fue arrancado, las tierras quemadas y regadas con químicos para que se secaran. Nos está tocando una situación compleja, porque los guardianes de los intereses de los de siempre, están dispuestos a apachurrar todo por cuando logremos injertar. Ya lo han demostrado: anulando sentencias en casos emblemáticos como el caso por Genocidio contra Ríos Montt, vetando jueces a los que consideran enemigos como a Jazmín Barrios, matando adversarios como ocurre con líderes comunitarios que según ellos, entorpecen sus intereses, criminalizando a cuanto opositor se les antoja como lo hacen con comunidades enteras, esquilmando a los que menos tienen sin mostrar misericordia e imponiendo megaproyectos que solo dejan estragos.  Quizá mis bisnietos logren ver la tierra prometida. Nosotros, me temo vagaremos por el desierto hasta que mengüemos en el viaje. Quizá soy negativo, pero me cuesta autoengañarme y pensar que lo caminado a la fecha, muestre ser suficiente.  Llevamos un lastre muy pesado como sociedad y no todos empujamos la carreta.

Pero de una cosa estoy claro, que Yo no vea la “tierra prometida”, tampoco debe impedir que camine para dejar a la próxima generación más cerca de ella. Me resisto a tirarme al suelo y no caminar una milla extra. Solo me la puedo imaginar y será un país en el que las personas puedan comer tres tiempos al menos, brotará leche, trigo y miel de la tierra, los/as niños/as o sus madres ya no morirán durante el parto. Habrá salud universal, seguridad ciudadana, educación laica, gratuita y de calidad. Se respetará el medio ambiente.  Habrá hombres que al ir a cortar la grama, si es que todavía los hay, se les pague lo justo. Gente que cuando le ofrezcan una refacción, darán gracias a lo que crean y no será único tiempo que lleven en el estómago, ni tendrán que guardar en su morral una fracción para llevarle algo a su familia como lo hizo aquel señor.



Carlos Fernández
Twitter: @carlosfercid

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