Guatebala

Sale temprano de su casa como todos los días.  Le ha tocado el turno del domingo. Con un beso se  despide a su esposa y emprende el viaje a la empresa. Ni bien llega, aborda el camión de reparto de bolsas de frituras y con el guardia de seguridad, inician la ruta, que cada día se ha vuelto más peligrosa.

Mientras conduce la unidad, se le atraviesan imágenes de su hija, quien pronto cumplirá dos años. Su sonrisa es un sedante que le permite afrontar la cotidianidad.  Hay que dar todo por los hijos, y más cuando viene otro en camino. Su esposa está en cinta. Apenas por la madrugada ha sentido moverse a lo que Dios les va a mandar. Se han resistido ha saber que viene, aunque la tecnología ahora lo permite. Simplemente, esperan con agradecimiento y lo asumirán. Total, igual donde comen tres...

Po su lado el guardia de seguridad privada, hace tres meses que se despidió de su familia y desde que fue reclutado en el parque de su pueblo, apenas tuvo tiempo para preparar todo antes de su partida. Una mujer agotada por el peso de la pobreza y tres retoños que solo conocen el hambre, son el combustible que alimenta su ímpetu por abandonar el azadón, la pala y piocha.  La vida del campo no produce suficiente, pero portar un arma lo hace duplicar sus magros ingresos.  No la sabe usar con pericia, ya que el entrenamiento fue nulo. Solo sabe que tiene que halar el gatillo y punto. Un trabajo fácil en tiempos difíciles.

Ambos con ideas distintas en la cabeza. Sus pensamientos los acompañan en el silencio de la mañana. Quizá la distracción que provocan los recuerdos, no les ha permitido percatarse que casi desde el instante que salieron de la bodega de la empresa, los vienen siguiendo. 


Dos motos flanquean la unidad de reparto casi al unísono.  El lugar donde se almacenan los recuerdos de ambos hombres vuela antes de tan siquiera poder  reaccionar, quedan esparcidos en el vidrio delantero y sillón del interior del camión, el cual sin quien lo controle, se empotra en un arriate y detiene abruptamente la marcha.  Algunos estertores respiratorios son lo único que se escucha en esa fría mañana de diciembre, como testigos de la vida que se extingue poco a poco. En la calle, solo se alcanza a escuchar el sonido de motos que se alejan a toda marcha. 

Un par de horas después, una mujer es visitada por los empleados de una funeraria.  Solo logra escuchar unas cuantas palabras, cuando se bloquean los oídos, las piernas le tiemblan y los ojos se le nublan por las lágrimas.  La vida se le ha detenido y por breves instantes le cuesta respirar. Acepta ser llevada por los desconocidos  al lugar donde yace su esposo y al llegar, los gemidos y negaciones no le alcanzan para vomitar el dolor que le ciega el alma. Y entre tantos sollozos solo alcanza a repetir: “¿qué vamos a hacer sin ti?”


Dieciocho veces diarias se repite las escena, con historias distintas y finales similares.  La violencia hizo campamento. Esto es Guatebala.


@carlosfercid
Carlos Fernández

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