Réquiem para Amatitlán.
Hace muchos años fui al lago de Amatitlán, fue una de esas excursiones familiares para comer dulces típicos, subir al teleférico, y presenciar el espectáculo de una famosa procesión acuática. Ya para ese entonces, el lago estaba de un color verdoso y el olor que emanaba era desagradable. Aún así, había gente pescando en cayucos y luego vendiendo mojarras en los restaurantes aledaños a la orilla del lago. Un menú digno de gaznates aventureros y de flora intestinal invencible. Recuerdo que consumimos solo unos dulces, que entre el mosquero y el tufo del lugar, fue lo único que nos atrevimos a probar. De eso ya pasaron unos 30 años mas o menos. Fue la única vez que fuimos al lago, que agonizaba de a pocos e iniciaba un proceso irreversible para convertirse en un pantano.
Recuerdo
escuchar historias al regreso a la casa, que rememoraban el esplendor que algún
día tuvo; lo limpio de sus aguas y lo maravilloso de pasar un fin de semana en ese
pequeño paraíso y de la esperanza que “alguien” hiciera algo para
rescatarlo. Los años pasaron y el nivel
de contaminantes al lago crecieron al igual que industrias, proyectos habitacionales,
negocios y un turismo inculto que terminaron depredando el lugar. El Estado, por su parte, ausente como en todo
ha sido incapaz de implementar programas y proyectos tendientes a resolver el
problema de fondo que es simple: instaurar plantas de tratamiento de aguas
servidas. Argumentando siempre que los
costos de tal empresa eran “caros”, evadieron tomar las decisiones estratégicas
para iniciar el largo proceso de rescate, que entre otras, necesitaba de
regulaciones de todas las actividades comerciales, turísticas y habitacionales.
Ese
lago, me temo es irrescatable. Un Estado
ausente y que reboza en corrupción será incapaz de tomar las medidas de muy
largo plazo para intentar sanearlo. La
última acción asumida por el gobierno de turno de verter una sustancia de
“componentes desconocidos” por lo secreto de su fórmula es colocar ya sobre el
lugar una corona de flores.
Hay
voces más optimistas quienes creen, se puede hacer algo aún para salvar al lago
de Amatitlán. Si esto no fuera Guatemala, quizá albergaría un poco de esa
esperanza. Pero consiente estoy que la indolencia impera, de la mano del
oportunismo y la corrupción.
Cada
vez que pienso en los lagos de Guatemala, no puedo dejar de hacer este
ejercicio de asociaciones: Amatitlán es a la morgue, lo que Atitlán
(Panajachel) es al intensivo y el lago de Petén Itza, el equivalente a la sala
de espera de un hospital sin recursos.
Descanse
en paz Amatitlán y cristiana resignación por los próximos a morir.
Muy bueno como siempre mi querido compañero!! Y te acompaño en tu dolor...
ResponderEliminarGracias vos, acá estamos en el país de la eterna jodedera. Saludos a la familia ;)
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