No hagamos de la Justicia un Circo
Desde
el año 1998 comencé en las andadas. Para ese entonces estaba con el tema de
rehabilitación física a víctimas sobrevivientes del Conflicto Armado Interno
–CAI- y tiempo después paré trabajando en temas de reparaciones y devolución
del REMHI en el año 2000 que impulsaba la iglesia católica guatemalteca. En esos años, me tocó ir a varios procesos de
exhumación, ya que mis compañeros psicólogos creían que el patojo de la
facultad de medicina de U privada tenía que sensibilizarse. La experiencia que dejan las exhumaciones de
víctimas de violencia del CAI es única. Cada proceso a pesar de ser diferente
al anterior, tenía una particularidad: el deseo de los familiares, muchas de
ellas mujeres, de establecer el paradero de sus seres queridos.
Recuerdo
estar sentado en un paraje mas allá de Soloma, Huehuetenango, ayudando a los
antropólogos a llenar fichas de identificación de desaparecidos y escuchar el
relato de señoras de avanzada edad que describían con lujo de detalles la forma
en que iban vestidos sus esposos e hijos desaparecidos, fecha exacta y hasta
que les habían puesto para comer en su jornal. Hubo momentos en los que debo
confesar dudé de la exactitud de sus versiones. ¿Cómo era posible que alguien
recordara con tanta exactitud después de 25 o 30 años ese tipo de detalles?
Una
vez terminada la tarea de documentación y pasado un tiempo tocó regresar a la
comunidad al inicio de la fase arqueológica. Se delimitó la trinchera en el
lugar señalado por los testigos e inició el proceso de poco romántico debo
decir de palear por horas. Conforme se iba profundizando, cubetas y más cubetas
de tierra salían de la fosa y por momentos pensé que la gente se había
equivocado de lugar. Fuera de la fosa el
ambiente era de voces, risas de niños y madres hablando a sus hijos para que no
tocaran las herramientas de los arqueólogos. En un árbol cercano, unos
psicólogos hacían una suerte de taller psicosocial con los familiares. Había un poco de todo.
Con
el pasar de las horas, cada vez había
más personas alrededor de la ahora profunda fosa. El ambiente seguía siendo de
poca solemnidad, hasta que una de las palas dio con la primera osamenta. Cuando
el compañero pronunció las palabras “aquí hay una persona”, se hizo un silencio
profundo y así siguió por varios minutos mientras iniciaba ahora una fase más
minuciosa del trabajo en manos de los arqueólogos. Brochazo tras brochazo,
pequeños picos y palas descubrían etapa por etapa no uno sino decenas de
cuerpos apelmazados con manos amarradas, ojos vendados y orificios en el cráneo
posiblemente provocados por proyectiles de arma de fuego. De pronto una de las mujeres da un grito de
“aaayyy”, se agarra el rostro y llora con un desconsuelo que golpeaba el
alma. Era una de las señoras que me tocó
entrevistar; una de las osamentas correspondía con el pantalón, cincho, camisa
y calzado que ella recordaba. Movía sus manos al cielo, como quien reclama a
Dios por tanta injusticia. No entendí una sola de las palabras en idioma maya
dichas por la señora en ese momento, pero no hacía falta. Sus gestos y su voz
ahogada en llanto eran más que elocuentes.
Me asaltó un sentimiento de culpa por haber dudado he de confesar. Como ella, otros cientos de sobrevivientes
tenían intacto el recuerdo del último día que vieron a sus seres queridos.
Ahora
que han capturado a 13 militares entre ellos Benedicto Lucas García, hermano
del sanguinario genocida Romeo Lucas García (1978-1982) se lleva en tribunales
un proceso histórico de justicia. Cientos de familiares han esperado con ansias
el tener la oportunidad de sentar frente a la justicia a quienes identifican
como responsables de la tortura, desaparición, secuestro y asesinato de sus
familiares. No tuve la ocasión de ir a
la primera audiencia y dudo tener el tiempo para asistir a otras, pero las he
seguido en redes, medios de comunicación y por amigos que si han presenciado.
Uno de ellos me relató cómo en la audiencia del día 8 de enero de 2016 habían
en la sala dos bandos (faltaba más en ésta Guatemala de la polarización) y cómo
se dieron una serie de “incidentes” al nivel de sacarse la lengua, arrugarse la
frente, “agredirse tomándose fotos mutuamente” y otra serie de actitudes
infantiles. De los familiares de los
militares, no espero mucho. Pero de otras personas y organizaciones sí. Lo que ocurre
en esa sala, no es un circo. Es un proceso que lleva años de estarse
persiguiendo por los sobrevivientes de la masacres. Las evidencias son contundentes y han sido
recabadas de manera científica, pero sobre todo, es la oportunidad única de las
víctimas y no de las ONGs de acceder a justicia.
Los
abogados del MP y de la querellante tienen tremenda responsabilidad. Ya hubo
una experiencia poco agradable con el proceso contra Ríos Montt, en la que el
litigio malicioso rindió sus frutos. En
esta ocasión no deben cometerse los mismos errores o vicios de proceso que
puedan dejar una rendija por la que se cuele un fallo de impunidad. Ojalá y lo tengan claro esta vez. De nada
sirve ganar mediáticamente el caso si legalmente el fallo será de impunidad.
Es
por ello que regreso al momento en el que se encontró la primera osamenta en
aquella fosa que relaté líneas antes. Es momento de manifestar un profundo
respeto por las victimas, detener el ruido innecesario y poner atención a lo
importante. Acá no se están litigando
ideales oenegeros o políticos de la derecha conservadora. Se ha puesto ante la
justicia a perpetradores de violaciones a derechos humanos contra población
desarmada, violadores sexuales, torturadores, secuestradores y sabrá Dios que
otros delitos, documentados, insisto, de manera científica. No es momento de
circos. La sangre derramada clama justicia; que las luces, flashes y momentos
mediáticos no logren desvirtuar esta larga espera. No hagamos de la justicia un circo y menos
aún, ocasión para sacar a pasear luchas ideológicas inútiles.
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