Alegría ajena.


El lugar era un caos.  Todas las señales eran inequívocas de que una trifulca había ocurrido en ese pequeño cuarto de motel barato de la zona 1.  Sangre, mugre, curiosos y murmullos de gente que se arremolina para recrear el morbo.   Ahora la víctima era una sexoservidora que había sido golpeada por el cliente, que al verse acorralado por el cobro, optó por  agredir a la mujer, que a pesar de los gritos de auxilio y del ruido que obviamente se gestó en el lugar, fue ignorada.  El cliente, una vez la dejó casi desvanecida de la golpiza, huye del lugar con la impunidad que le garantiza el silencio cómplice.   La mujer yace en el suelo en paños menores, con rostro amoratado, abrasiones en diferentes partes del cuerpo y un fuerte olor a alcohol, el que seguramente utiliza para anestesiarse el alma...y aguantar.  En el sopor de la borrachera y con dificultad para articular palabras, en voz baja murmulla “estoy harta de esta mierda….ya no quiero esto…ya no quiero más… quiero cambiar”. ,

La ambulancia se traslada a toda marcha, abriéndose paso entre unos cuantos vehículos que circulan en la madrugada.  La mirada de la mujer es de profunda tristeza y se lleva las manos al rostro para limpiarse las lágrimas. Su llanto asemeja al de una niña que llora, esperando que la madre llegue en su auxilio y le brinde un abrazo que la consuele.   En un momento, su mirada se torna valiente y espeta: “voy a cambiar. ”  Muchas veces se escuchan esas palabras de personas ebrias o sobrias, dichas al calor del susto, pero que no son mas que del diente al labio.  A falta de palabras alentadoras el bombero solo le dice: “todo es posible, si en realidad se quiere”.  Concluido el trayecto, se entrega a la paciente en el hospital y la noche continua con la demencia que caracteriza las quincenas y finales de mes.  El dinero embriaga la economía y la viste de imprudencia.  Otro caso más de los muchos que están por venir.


Poco mas de un año después, cruzando una calle se ve salir de un local de ropa a un rostro de mujer que le parece conocido.  Lleva el mismo uniforme que otras que salen cela tienda.  Va sonriente y en la puerta del local, la espera un hombre joven, quien la toma de la mano, la saluda con un beso y emprenden la marcha abrazados. Ambos se ven felices.   Esos pequeños acontecimientos que ocurren inesperadamente, lo pueden a uno llenar de alegría ajena y hasta de esperanza.  No hay duda que si se quiere, se puede.

Carlos Fernández
@carlosfercid

Comentarios

Entradas populares